Tengo 34 años
y fácilmente esta podría ser la última vez
que viajo en el asiento trasero
mientras papá conduce durante la noche
        hasta la ciudad de siempre

Accedo a mi versión de doce años:

  viajo por esta misma ruta,
  atrás, en este rincón del mundo
  protegido por un instante,
  me escondo en las fisuras
  que emergen con el paso de los días
  mientras contemplo desde mi ventana
  bosques de un verde inextinguible
  y suenan en mi Walkman
  canciones ochenteras con sintetizadores

En ese entonces
       no advertía
que la música preparaba mis sentidos
para la distancia irreversible
      entre cuerpo y memoria.