Somos una enorme piedra lisa de río. Somos. Cada uno
de nosotros es. Sólidos
como una gran piedra lisa de río.
Somos la tersura, suavidad y calidez de esa piedra
embajadora del sol,
       esquirla,
          muestra de sol.
Una bandada de adolescentes se refresca
en las gélidas corrientes cordilleranas
que bajan como pumas o serpientes de plata
hacia el valle
o como un solo de guitarra que envía destellos de luz
o cosquillas o pinchazos de placer a los tímpanos.
                Anoté:
“Las uñas de la guitarrista son mías
y todo lo que viene tras ellas”.
Y soñé con la caricia de esos dedos.

La piedra es un espejo del sol.

Las hijas e hijos del verano posan
sus esbelteces y retozan de la misma forma
que el agua acarició esa gran piedra de río
durante siglos
limando puntas en la construcción de un templo
para hacer una cuna o una cama
para las hijas e hijos del verano.

Cada uno de nosotros
es esa piedra. Cada una
de las vértebras
de las hijas e hijos del verano
conectada a la caricia
de esa piedra sin edad.