Sonríe mientras la servilleta,
y aún el frijolazo que se exhibe en sus dientes
es de lo más hermoso.

Qué sana la blancura de esas piezas exactas
que brotan de las más rosas encías.

En ella a los shampoos les funcionan sus sedas,
su cintura responde a la delgadez del corte.

Sus piernas sí se alargan en los pantalones de Dior
y los colores trabajan a favor de su todo.

Jean Paul Gaultier se esmera en las revistas,
que viven en el aire enrarecido
de algo que se le escapa a la gente en la calle.

Ella y Dolly conversan tras cristales y expertos,
una bala sus éxitos en todos los periódicos,
la otra enseña sus fotos y videos.

Una es ocho columnas,
la otra es reportaje del suplemento "Chic".

Cuando el postre les llega,
abominan azúcar: hidrato de carbono y remolacha,
en una ya se sabe, en otra desconocen las reacciones.

Especies sin errores, sin mácula, sin fallas,
que disfrutan el mundo, que le entienden al mundo,
a su mundo enredado en alambres de púas,
narices de perfectas púas, casquitos de patitas fabricadas también púas.
En su mundo ladrado, Doberman en la entrada,
tarascada furiosa los esponjosos labios, la adúltera pelusa mordicante.

Las púas son suavecitas, la mordida es caricia.
Vergüenza es la mejor de las guardianas,
el recato es virtud de la fealdad.

La fealdad que ha mutado en espirales,
ADN de todos infestado.

Negligencia de genes.

Adentro Dolly y ella se entretienen
jugando con hipóstasis y aretes.

Y miran sus relojes,
conjurando con risas y balidos,
la prematura edad que las acecha.