Increíblemente solo
estamos en el bar, encorvados
mientras un estrepitoso cementerio
va creciendo a nuestro alrededor con las horas de la noche.

Esto es la felicidad, amor mío,
mientras el barman con suficiencia profesional
agita nuestros cócteles,
y el hombre de nuestro lado se levanta
y va tambaleándose con náuseas hacia el baño.

Este es el lugar donde se reúne la gente,
aquí nos conoceremos nosotros, amor mío,
este es el altar mayor de nuestro amor.

El hombre que ahora yace caído en el suelo
tiene de repente mil años.
Vio que había una mosca viva
en su vaso de whisky.

Mira, amor mío,
le sale sangre de la oreja.

¿No has oído que estaríamos
incomprensiblemente solos?
Amor mío, no tienes que desaparecer
no me abandones.

¿No has oído lo que
yo te contaba del mar
que espera negro
del viento que muerde nuestra casa
del maldito pedernal de la tierra
y los cuervos del invierno que graznan?

Es ahí donde iremos
para enseñarnos uno al otro a pasar frío.

¿La ficha del guardarropa?
Sí, claro, aquí tiene,
aquí tiene, amigo,
¿no irás a…?

Johansen, ¿puede prepararme un Dry Martinini?

Ahora ya han levantado al dios.
Pero la sangre le sigue saliendo de la oreja.
Mira, ahora se aleja montando en un burro.
Beso tu silla vacía.

El señor debería volver a casa ahora,
el señor parece cansado
y cerramos en siete minutos.

Siete minutos sagrados
y solo la propina es de plata.

* Traducción de Francisco J. Uriz